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Los oficios perdidos encuentran su propio espacio en las salas del museo

11-12-2019


Los oficios perdidos encuentran su propio espacio en las salas del museo

La llegada de las nuevas tecnologías y el desarrollo de las redes de comunicación han posibilitado la creación de nuevas profesiones y empleos. De la misma manera que surgen nuevos empleos, otros van cayendo en el olvido y están condenados a desaparecer.


Son muchas personas, sobre todo las más mayores, las que recuerdan aquellos oficios desaparecidos orientados a aprovechar todos los recursos posibles.


El Museo Escolar de Pusol ha querido destinar uno de sus espacios expositivos a estos oficios. A través de la información obtenida de una serie de entrevistas y el trabajo previo de antiguos compañeros y compañeras del museo, hemos llevado a cabo una recopilación de algunas de aquellas profesiones que aún se practicaban en la ciudad de Elche entorno a la década de los sesenta del siglo XX. Bien se muestran algunos objetos o fotografías relacionados con estas labores, o bien se explica, con la brevedad que reclama el poco espacio disponible, algún aspecto de ellas.


Uno de estos oficios era el del trapero, quien recorría las calles de la ciudad y los caminos del campo con su carro, recogiendo los materiales más dispares: telas, pieles de conejo, deshechos metálicos e, incluso, huesos de dátil. Todo ello tendría un segundo uso, el reciclaje era la norma.


El aguador remediaba la falta de agua corriente en la ciudad con la venta ambulante de cántaros que se compraban por unidad.


Los miembros de la guardería rural, dependientes de la Hermandad de Labradores, protegían, uniformados y armados con un fusil, los intereses de los asociados, vigilando bancales y caminos para evitar hurtos de las cosechas y cualquier otro problema relacionado.


El colchonero extraía el relleno de lana de los colchones, que se había apelmazado debido al uso, y después de lavarla y dejarla secar, la vareaba enérgicamente para dejar de nuevo el colchón mullido.


El sereno estaba al cargo de vigilar las calles de una zona determinada de la ciudad durante la noche. Pregonaba cada hora al tiempo que informaba del clima: Ave María Purísima, las doce y sereno. Portaba un manojo con las llaves de los portales, por si algún vecino o vecina necesitase acceder a su portal. Este vigilante nocturno iba armado con un chuzo, una especie de bastón acabado en punta metálica, y un silbato para dar la alarma en caso de necesidad.


La curandera o el curandero se encargaba de aliviar mediante ritos y oraciones aquellos males y enfermedades que no eran mal de morir y que evitaban a los/as afectados/as el trámite de la visita médica, cuyo coste era más elevado. El empacho se esfumaba tras una sesión de medidas, y el mal de ojo se combatía con un vaso de agua y unas gotas de aceite… incluso en aquellos casos en que la medicina convencional había desahuciado al o la convaleciente, ignorando que extraño mal le afectaba, los remedios de la curandera le sacaban del trance misteriosa pero permanentemente. 


Antes del progreso que la mecanización trajo a la sociedad, en una época de carestías y de supervivencia, estos empleos eran otro engranaje más dentro de un tipo de vida de subsistencia.


Autores: Borja Guilló, técnico del Museo Escolar y José Aniorte, gestor cultural del Museo Escolar.

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